LA HISTORIA DE PUNTO

Tan cansado como estuvo Caín del acoso sin tregua al que le sometía Abel, lo estaba Punto de pertenecer a la noble estirpe de la Puntación. A pesar de que, a veces, tomaba respiro en un aparte, no le resultaba suficiente.

                    Siguiendo el ejemplo del humano, pensó ser el primero de su especie en teñir de rojo a la gramática. Para ello, a modo de quijada, tomaría el palo de Admiración y la mataría antes de que pudiera instalarse debajo. Después, junto al resto de grafemas, los colgaría de cáncamos abiertos martirizándolos eternamente con el consabido: ¿Por qué?

                    “Me convertiré en un asesino en serie hasta conseguir la libertad,” pensó satisfecho.

                    La sensatez no regresaba desde hacía mucho tiempo, pero la realidad se impuso de madrugada en el momento que tocó a la puerta una estúpida vocal. Se instaló debajo cómo jueves en semana.  Molesto por la osadía intentó relajarse en Seguido. Poco le duró la alegría. Una letra de baja autoestima llegó corriendo para elevarse a mayúscula. Agobiado con tanto desaguisado, telefoneó a Raya, una pija que por esnobismo feminista y otras connotaciones, se hacía llamar Guión Negro.

                    Algo más reconfortado se iba a dormir cuando apareció un Punto primo acompañado de una tal Coma.  Sufría tanto que le dio cobijo a pesar de venir con dos puntos enamorados, que en vez de caminar cogidos de la mano, lo hacían uno sobre otro.

                   —¡Vaya maldición pertenecer al rancio abolengo de la Puntuación! —gritó en un punto de Ahogo que casi lo deja Muerto. Después preguntó al de Vista que estrategia había seguido “G” para vivir como un ermitaño sin que nadie lograra encontrarlo. Vista era algo cegato y no podía proporcionarle información. Sin embargo, le advirtió que esa búsqueda conllevaba el peligro de quedar en Cruz. No importa, ¡me arriesgaré! —contestó Punto con decisión— Hablaré con Fuga y mañana saldré rumbo a Paris. ¡Me convertiré en un glamuroso Petit Point!

                    Un Punto de Luz lo despertó. Sorprendido por la algarabía que llegaba del exterior se escondió entre Suspensivos. Lejos de pasar desapercibido, fue como un imán al que acudió cualquier  Álgido perdido en la crisis. Roto el sueño de llegar a Francia ni siquiera llegaba a ser ¡LINEA!, en la boca de cualquier binguero; el dilema estaba servido. Tampoco podía desertar a un lugar imposible, pues la maldición de Euclides era tan categórica como la que cayó sobre el padre de Caín. Punto era lo que no tiene partes ni dimensiones. Abandonado a su suerte, ha quedado reducido a……..……………………...........................................0€, como guardaespaldas del valor de la economía de su amada patria. 

Pilar Cárdenes R.