En el punto álgido de la enfermedad, Pedro ya no escuchaba ningún consejo sobre lo que debía hacer o no. Marina conocía la dolencia de su amigo. Supo que poco a poco percibiría que sus palabras se irían alejando… Y Pedro se introdujo en un sueño espeluznante; un sueño donde una espesa bruma de color marrón claro y matiz rojizo lo envuelve todo, aunque siente los pies sumergidos en el agua. Personas y cosas solo se diferencian por las aristas y un escaso relieve.
La desolación es tan enorme, penetrante y real que Pedro toma conciencia de que difícilmente saldrá de ese mundo. Marina no se aparta de su lado. Aguarda preocupada. Desearía hacerle llegar unas alas transparentes para que emprenda el vuelo, dejando atrás una pesadilla que jamás olvidará… Pero las horas caen y se amontonan hasta que llega la noche para asesinar al día. Marina duda que regrese. Ambos sufren la misma desesperación… Quizás nunca debió pedirle que escribiera “El sueño de la sepia”.
©Pilar Cárdenes
A Olga Correas. Suyo es el título.